Tarea Escrita
sobre Teseo y el Minotauro
¨Soy el príncipe
Teseo de Atenas y voy a matar al Minotauro¨. Esa frase me repetí durante horas,
días, mientras estuve encerrado en ese oscuro, inagotable, eterno e
interminable laberinto. Todos estos pensamientos me invadieron durante mi
estadía allí, aunque mi historia con el rey Minos y su laberinto había empezado
muchos años atrás con un hecho inolvidable y trágico para mí y para toda
Atenas.
Yo tenía seis años
y vivía en el grandioso y vasto castillo de Atenas junto a mi padre, el rey
Egeo, y mi hermano mayor, Adonis. Él
tenía ocho años y éramos completamente inseparables. Pasábamos todo el día
juntos, imaginando ser guerreros implacables de la poderosa e imponente
Grecia. Jugábamos diversos juegos, todos
relacionados a la guerra, porque ese era el momento que vivía el país, lleno de
peleas para engrandecer el Imperio. Al ser el más chico, luchar con mi hermano
hizo que yo mejorara rápidamente y me
convirtiera en un gran luchador, algo que me sirvió más adelante en mi vida.
Estos días fueron, por lejos, los mejores que
tuve en mi vida. La vida lujosa y
familiar que llevaba hizo que no tuviera mayores preocupaciones y creyera en un
mundo perfecto y maravilloso. Pero la realidad me iba a imponer algo
completamente distinto. Todos los años, a las puertas del palacio, yo veía que
ocurría algo más allá de mi comprensión: se llamaba a siete doncellas y siete
jóvenes a zarpar en un barco hacia Creta, para nunca jamás volver. Cuando le
pregunté a mi padre a dónde iban estos compatriotas, me estremecí: iban a ser
asesinados por el despiadado Minotauro en el laberinto del palacio del rey
Minos. Todos los años pasaba lo mismo: catorce familias cerraban las cortinas
de sus casas y se encerraban todos juntos a llorar la muerte de sus hijos.
Al año siguiente de
mi “descubrimiento” sobre el terrible futuro de quienes eran escogidos para
viajar a Creta, algo completamente sorpresivo ocurrió en mi vida: mi hermano
fue escogido entre los millones de chicos que podían viajar a Creta, para ser
asesinado por el Minotauro. La mala
suerte se había adueñado de nuestra familia. Como hijo del rey, mi hermano
tenía una chance en millones de viajar. Pero así fue el destino. Un mes
después, el barco regresó sin mi hermano dentro de él, y supe que lo peor había
ocurrido. Con siete años de edad, tenía que masticar la muerte de mi hermano,
casi mi alma gemela, y madurar rápido.
Toda la familia
real había escogido olvidar la tragedia,
para intentar enfrentar el terrible dolor que nos daba a todos el
destino de mi pobre hermano. Para mi padre, desde aquel día en que zarpó el
barco hacia Creta, yo había pasado a ser hijo único. Pero yo no iba a olvidar.
Decidí entrenarme día y noche para llegar a ser lo suficientemente fuerte y
poder enfrentar y vencer al terrible Minotauro y vengar a mi pobre hermano.
Cada minuto de mi vida lo pasé pensando y armando estrategias para ver cómo
podía vencer al Minotauro. Pagué millones para saber cada secreto que alguien
pudiera revelarme sobre la bestia. A la edad de 15 años, finalmente supe que
estaba completamente preparado y seguro de mí mismo para completar la hazaña y
liberar a todos mis compatriotas de esta terrible realidad que nos atormentaba.
Mi barco zarpó el
día de mi cumpleaños, el 1 de abril. Jamás pude saber que no iba a volver a ver
a mi padre hasta que nos encontráramos años después en el Inframundo. Todas las
horas previas a nuestra llegada a Creta me mantuve en soledad, concentrado en
poder lograr vencer a tal bestia de la cual me habían hablado tanto. La llegada
a Creta fue triste, como todos los años debieron ser para mis compatriotas,
imagino. Le prometí al rey Minos que iba a lamentar todas las vidas que se
había cobrado su bestia. Cuando rió, supe más que nunca que estaba determinado
a vencer al Minotauro.
Antes de entrar al
laberinto, me encontré con una hermosísima y elegante mujer llamada Ariadna que
me ofreció su ayuda. Fue un flechazo a primera vista, todo en la chica me
gustaba. Su frondoso pelo, sus hermosas curvas y su enorme sonrisa me
persuadieron a, prácticamente, hacer lo que ella me pidiera. Me ofrendó con un
pedazo de lana para atar en la entrada del laberinto y una poderosa espada para
asesinar al animal. Hasta ese momento, pensaba matarlo con mis propias manos,
pero una ayuda jamás viene mal. Ariadna me pidió que regresara con vida, pues
quería tener un encuentro a solas conmigo.
Luego de días y
noches repitiéndome la misma frase y de buscar por todos lados, hasta el
hartazgo, escuché un grito de uno de mis compatriotas detrás de mí. El
Minotauro se abría paso entre los atenienses para ir a mi encuentro. La batalla
en sí duró muy poco. Yo era una bestia de la lucha. Anticipé cada uno de sus
movimientos con habilidad y mi primer movimiento de espada acertó directamente
en ese viscoso y desagradable corazón. Soltó un gemido final y, con la alegría
de haber finalizado mi venganza, corrí lo más rápido que pude al encuentro de
Ariadna.
Tardé muy poco en
salir del laberinto. Tuve la suerte de recordar bien por dónde había pasado ya
que al vivir en un enorme palacio, me había acostumbrado a lugares tan confusos
y parecidos entre sí. Cuando me encontré con Ariadna me eché a abrazarla,
anonadado por su belleza. Ese fue el peor error de mi vida. Ella se corrió y
clavó su cuchillo en mi espalda. Morí desangrado muchas horas después, con todo
el pueblo de Creta reunido burlándose del estúpido príncipe de Atenas.
Ahora les escribo a
todos ustedes desde el más allá, desde el Inframundo, para darles este simple
consejo: jamás se guíen por las apariencias, y mucho menos, de seres tan complejos
e indescifrables como las mujeres.